Un mes de mayo de hace 23 años desaparecía en el Kangchenjunga, con sus 8.586 metros la tercera montaña más alta del mundo, Wanda Rutkiewicz, probablemente la mejor alpinista del siglo XX y, sin duda, una de los grandes exponentes de la edad de oro del himalayismo polaco.
"Nunca busco la muerte, pero no me importa la idea de morir en las montañas. Para mí, sería una muerte sencilla. Después de todas las experiencias que he vivido en ella, estoy familiarizada. Y la mayoría de mis amigos están allí, en las montañas, esperándome..."
Wanda Rutkiewicz
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miércoles, 1 de julio de 2015
martes, 26 de mayo de 2015
“ESPINA DORSAL”, LA “FACILONA” DEL BARRANCO DEL FUERTE (OCTUBRE-2014)
"Que tus sendas sean sinuosas,
laberínticas, solitarias, y que te conduzcan
a las vistas más sorprendentes.
Que tus montañas se adentren en las nubes
y asciendan por encima de ellas"
Edward Abbey
Comenzaba yo mis andaduras con la escalada cuando Jesús Segura “Vitaminas” y Pepe “Pinito” andaban liados con un difícil proyecto: encontrar una vía fácil en la pared de la “Pepa” en el Barranco del Fuerte. Durante esos años de gestación de la “Espina Dorsal”, que así bautizaron a la criatura, fueron muchas las escapadas con diferentes compañeros para probar sus primeros largos y disfrutar de una vía larga asequible, algo complicado en esta provincia. Pero la pared de la “Piedra Lisa”, que también así se llama esta gran tapia, no es, como su nombre por cierto indica, de trato fácil y les deparaba a los aperturistas de la “Espina” algún que otro tramo complicado de pelar. Estas dificultades técnicas quedaron concentradas en los que serían el cuarto y, especialmente, quinto largo con su vertiginoso diedro amarillo. Finalmente, recién terminada la vía, la escalé por primera vez en compañía de dos buenos amigos, Emilio Ibañez “Toscajara” y Antonio “4x4”. Era un ya lejano junio del 2006 y para mí se cumplía un reto, o más bien, un sueño: terminar una vía o, lo que es lo mismo, salir por arriba en la pared de la “Pepa”.
Han pasado algunos años y se supone que he mejorado un poco en el arte de la escalada, aunque esto último no deja de ser una mera conjetura. En este tiempo también he completado otras vías en el Barranco del Fuerte, entre ellas la "Pepa", la mítica vía de la escalada almeriense. Así que cuando Paco “Amalica” me propuso ir a hacer de nuevo la “Espina Dorsal” no tuve que pensármelo mucho. Escalar cualquiera de las vías largas de este agreste barranco es siempre una pequeña aventura y, aunque la “Espina” sea la vía más sencilla de las casi veinte que recorren esta pared, no deja de tener la apreciable longitud de unos 200 metros divididos en siete largos con dificultades máximas de 6b según indican los croquis oficiales, aunque esto último, en mi opinión, es matizable como explicaré más adelante.
Paco llegando a la primera reunión |
El 1er Largo (IV+/V ; 35 metros) me toca a mí. Es un largo sencillo que va por un pequeño espolón o “espina” característico que en cierto modo da nombre a la vía. Las chapas alejan un poco y la roca está algo descompuesta lo que te obliga a no bajar la guardia. Quizás sea el tramo menos interesante de la vía.
Encarando la "panza" del segundo largo |
Llegando a la R2. Foto: Paco "Amalica" |
Superando la placa musgosa del 3er Largo. Foto: Paco "Amalica" |
Paco en el "Jardín Botánico" del 3er Largo |
5º Largo (6b/6b+ ; 30 metros): Este es el largo clave de la vía, especialmente en su tramo central, un delicado diedro de una característica roca amarilla con muy pocos apoyos para el pie izquierdo (6b+). Está bien asegurado y se puede sacar sin problemas con algún socorrido “A0”, lo que yo no dudo en hacer. Tras este tramo delicado, el diedro se va cerrando y es necesario abrirse un poco hacia la placa de la izquierda. Es el largo más explosivo de la vía, lo que sumado a los metros ya escalados te hace llegar a la “reu” algo jadeante. Menos mal que la reunión se hace en otra amplia repisa. Le toca, naturalmente, a Paco.
Bregando con los pasos más finos del 4º Largo. Foto: Paco "Amalica" |
Es en la verticalidad del 4º Largo donde la "Espina" empieza a enseñar su cara más interesante |
Paco acercándose al característico "Diedro Amarillo" del 5º Largo |
Superando las dificultades del "Diedro Amarillo" |
Encarando el diedro del 5º Largo. Foto: Paco "Amalica" |
Concentración y esfuerzo en la parte final del diedro del 5º Largo. Foto: Paco "Amalica" |
El tramo final del 6º Largo es bastante aéreo |
Paco en el comienzo del 7º Largo |
Magnífico diedro para culminar la "Espina" |
Sedum sediforme, un habitante de la Pared de la Pepa |
Disfrutando de una amplia panorámica desde lo alto de la "tapia" |
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jueves, 14 de mayo de 2015
GPS QUE SE DUERME SE LO LLEVA LA CORRIENTE
Hace ya unos días iniciaba con un grupo de compañeros una travesía por el Barranco de la Magdalena, uno de los más salvajes de la Sierra de Castril. Nada más comenzar hicimos un alto a la altura de la Cerrada de la Magdalena para quitarnos algo de ropa y hacer alguna que otra foto de esta brutal hendidura labrada por el trabajo continuo y certero del agua. Cuando fui a colocarme de nuevo la mochila, el GPS, mal enganchado, salio disparado en dirección al río. Un rápido rebote y lo vi irremediablemente perderse volando por el vertical terraplén que nos separaba de las turbulentas aguas provenientes de la Magdalena. Mala suerte. Con poca fe, destrepe hasta el río y con ayuda de unos cuantos compañeros, barrimos la posible zona de caída sin ningún éxito. El torrente se había tragado a mi GPS y, con él, a los “tracks” del recorrido. Gajes del oficio, pensé con intención de consolarme. No quedaba otra que continuar ruta dejando a un lado la seguridad un tanto despótica de los satélites y rescatando de nuestras viejas mochilas eso que en las buenas guías de montaña llaman “intuición montañera”. Así transcurrió un intenso día de montaña a lo largo del agreste Barranco de la Magdalena en el que, como era de esperar, no faltaron bromas sobre el GPS perdido. Como aquella de “GPS que se duerme se lo lleva la corriente” y que he tomado como título de esta entrada. Hace ya mucho tiempo que aprendí que en esta vida, el que no sepa reírse de sí mismo lo lleva claro.
Al llegar al Collado de la Cruz uno de los integrantes del grupo andaba algo renqueante debido a un ligero tirón muscular que le estaba haciendo la puñeta. Decidimos hacer una parada para reponer fuerzas y tomar una decisión, a ser posible, inteligente sobre cómo afrontar lo que nos quedaba de jornada. Finalmente, y sin dejarnos obnubilar por una sobria cazalla que alguno portaba cual Bálsamo de Fierabrás, resolvimos que la opción más razonable era que nuestro compañero lesionado descendiera acompañado hasta la cercana Cueva del Maestrillo donde podría recuperarse disfrutando de la tranquilidad de ese mágico rincón. El resto encaramos las cortas pero afiladas rampas que nos separaban de El Empanadas donde nos esperaba su tronchado vértice geodésico.
El descenso lo hicimos por la larga cuerda que acaba en el Collado del Salistre. La lastimada pierna de nuestro compañero nos obligaba a cambiar los planes de ruta, pero esto es algo que suele ocurrir en la montaña. Así, en lugar de tirar hacia el Puerto de Lézar, descendimos hacia el Maestrillo. Y, cosas de montañeros experimentados, fue precisamente en esta bajada, el único sendero balizado que encontramos en toda la jornada, donde ¿alguno lo adivina? nos despistamos. Es bien sabido que los buenos alpinistas casi nunca nos perdemos, sí acaso, nos desviamos ligeramente del itinerario previsto. Conscientes de nuestra metedura de pata, reculamos y en poco tiempo dimos con el sendero que nos llevó, esta vez sí, cómodamente hasta los nogales del “Maestro Eduardo” bajo los que nos esperaban nuestros dos colegas y un merecido descanso. Al día siguiente dejábamos la Cueva del Maestrillo por el Barranco Túnez. Recorríamos un camino por el que he pasado en infinidad de ocasiones pero de una belleza tan bestial que nunca deja de sorprenderme. En su tramo final dejábamos la senda principal y, tras cruzar el barranco, continuábamos ruta ahora por su margen derecha camino del Collado de las Margaritas. Una serie de sufridos caracoleos y alcanzábamos este paso donde hicimos una breve y casi ineludible parada. Porque su majestuosidad obliga: un prado de fina hierba entre la que asoman timidamente florecillas y con impresionantes panorámicas hacia cualquiera de los puntos cardinales. Sin embargo, por alguna sombría razón, mi mirada tendía a perderse al sur donde destellaban las aguas del Embalse del Portillo. Allí, bajo sus azules aguas, es donde hacía yo a estas horas a mi querido GPS. Bueno, pensaba, tampoco era una mala tumba.
Unos frugales bocados y continuábamos por esta impresionante, aunque a veces casi perdida, senda. Un suave aire fresco animaba nuestra marcha, que como leí hace algún tiempo “nada hay tan bueno como el sol y el viento para disipar la insensatez de uno”(1). Con los tajos de la Magdalena ya a nuestra vista, descendíamos siguiendo los sabios zigzagueos de un monumental sendero construido sobre sobrios muros de mampostería. Toda una obra de arte e ingeniería popular. Mirando a tantos ingenieros y arquitectos de nuestros días, titulados “Honoris Causa” de la universidad del “Pelotazo”, a uno le da por pensar si la evolución del género humano va en la dirección correcta. Con paso alegre, la mayoría de nosotros con la mente ya conectada a un grifo de cerveza, llegábamos a la Cerrada de la Magdalena donde el día anterior iniciábamos esta ruta. Mientras una parte del grupo seguía hacia los coches y otra se pegaba un refrescante baño, yo no pude resistirme a echar un último vistazo al lugar donde desaparecía mi GPS. La fe que me guiaba era lo más parecida a la de aquel Alcoyano como decíamos en mi niñez, pero había que hacer el intento final. Jugándome el tipo entre resbalosos bolos, zarzas asesinas y frías aguas de montaña, logré llegar al lugar del siniestro, grabado en mi memoria a sangre y fuego. Entonces, mientras me preparaba para seguir un tramo del arroyo aguas abajo, mi sorpresa se hizo mayúscula al descubrir en el centro de una poza la inconfundible silueta de mi Garmin. Evidentemente, al caer debió quedar atrapado en algún remolino que lo liberó pasado un tiempo hacia aguas más tranquilas. Sin pensármelo, me quité las botas y los pantalones y, como un aguerrido galán de telenovela, me lancé a las frías aguas en rescate de mi GPS. Apenas me cubrían por encima de las rodillas, que todo hay que decirlo, pero estaban heladas, que tampoco hay que restar merito a la hazaña. Una vez fuera del arroyo quedaba la segunda e importante cuestión de evaluar los daños. La pantalla no presentaba desperfectos aparentes, pero había que encenderlo. Nervios. Un día entero bajo el agua es mucho tiempo, pero…¡Coño, funcionaba! Menuda historia, pensaba ¿casualidad o causalidad?¡Uff! Cuestión demasiado peliaguda. Preferí quedarme con aquello tan socorrido de que se me había aparecido la virgen. Amén.
(1)Epigramas de Roycroft
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La brutal hendidura de la Cerrada de la Magdalena |
El grupo en duro trasiego poe el Barranco de la Magdalena |
En la cumbre del Empanadas |
El impresionante panorama desde la Cuerda del Empanadas |
El descenso lo hicimos por la larga cuerda que acaba en el Collado del Salistre. La lastimada pierna de nuestro compañero nos obligaba a cambiar los planes de ruta, pero esto es algo que suele ocurrir en la montaña. Así, en lugar de tirar hacia el Puerto de Lézar, descendimos hacia el Maestrillo. Y, cosas de montañeros experimentados, fue precisamente en esta bajada, el único sendero balizado que encontramos en toda la jornada, donde ¿alguno lo adivina? nos despistamos. Es bien sabido que los buenos alpinistas casi nunca nos perdemos, sí acaso, nos desviamos ligeramente del itinerario previsto. Conscientes de nuestra metedura de pata, reculamos y en poco tiempo dimos con el sendero que nos llevó, esta vez sí, cómodamente hasta los nogales del “Maestro Eduardo” bajo los que nos esperaban nuestros dos colegas y un merecido descanso. Al día siguiente dejábamos la Cueva del Maestrillo por el Barranco Túnez. Recorríamos un camino por el que he pasado en infinidad de ocasiones pero de una belleza tan bestial que nunca deja de sorprenderme. En su tramo final dejábamos la senda principal y, tras cruzar el barranco, continuábamos ruta ahora por su margen derecha camino del Collado de las Margaritas. Una serie de sufridos caracoleos y alcanzábamos este paso donde hicimos una breve y casi ineludible parada. Porque su majestuosidad obliga: un prado de fina hierba entre la que asoman timidamente florecillas y con impresionantes panorámicas hacia cualquiera de los puntos cardinales. Sin embargo, por alguna sombría razón, mi mirada tendía a perderse al sur donde destellaban las aguas del Embalse del Portillo. Allí, bajo sus azules aguas, es donde hacía yo a estas horas a mi querido GPS. Bueno, pensaba, tampoco era una mala tumba.
Desde el Collado de las Margaritas divisando las azules aguas del Embalse del Portillo, donde hacía yo a mi GPS |
Unos frugales bocados y continuábamos por esta impresionante, aunque a veces casi perdida, senda. Un suave aire fresco animaba nuestra marcha, que como leí hace algún tiempo “nada hay tan bueno como el sol y el viento para disipar la insensatez de uno”(1). Con los tajos de la Magdalena ya a nuestra vista, descendíamos siguiendo los sabios zigzagueos de un monumental sendero construido sobre sobrios muros de mampostería. Toda una obra de arte e ingeniería popular. Mirando a tantos ingenieros y arquitectos de nuestros días, titulados “Honoris Causa” de la universidad del “Pelotazo”, a uno le da por pensar si la evolución del género humano va en la dirección correcta. Con paso alegre, la mayoría de nosotros con la mente ya conectada a un grifo de cerveza, llegábamos a la Cerrada de la Magdalena donde el día anterior iniciábamos esta ruta. Mientras una parte del grupo seguía hacia los coches y otra se pegaba un refrescante baño, yo no pude resistirme a echar un último vistazo al lugar donde desaparecía mi GPS. La fe que me guiaba era lo más parecida a la de aquel Alcoyano como decíamos en mi niñez, pero había que hacer el intento final. Jugándome el tipo entre resbalosos bolos, zarzas asesinas y frías aguas de montaña, logré llegar al lugar del siniestro, grabado en mi memoria a sangre y fuego. Entonces, mientras me preparaba para seguir un tramo del arroyo aguas abajo, mi sorpresa se hizo mayúscula al descubrir en el centro de una poza la inconfundible silueta de mi Garmin. Evidentemente, al caer debió quedar atrapado en algún remolino que lo liberó pasado un tiempo hacia aguas más tranquilas. Sin pensármelo, me quité las botas y los pantalones y, como un aguerrido galán de telenovela, me lancé a las frías aguas en rescate de mi GPS. Apenas me cubrían por encima de las rodillas, que todo hay que decirlo, pero estaban heladas, que tampoco hay que restar merito a la hazaña. Una vez fuera del arroyo quedaba la segunda e importante cuestión de evaluar los daños. La pantalla no presentaba desperfectos aparentes, pero había que encenderlo. Nervios. Un día entero bajo el agua es mucho tiempo, pero…¡Coño, funcionaba! Menuda historia, pensaba ¿casualidad o causalidad?¡Uff! Cuestión demasiado peliaguda. Preferí quedarme con aquello tan socorrido de que se me había aparecido la virgen. Amén.
Recien rescatado y operativo. Se me apareció la "vilgen" |
(1)Epigramas de Roycroft
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martes, 10 de marzo de 2015
QUE SI PACÁ...QUE SI PAYÁ...
A las aladas alas de las rosas
Del almendro de nata te requiero,
Que tenemos que hablar de muchas cosas,
Compañero del alma, compañero
Elegía a Ramón Sijé -Miguel Hernández
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Del almendro de nata te requiero,
Que tenemos que hablar de muchas cosas,
Compañero del alma, compañero
Elegía a Ramón Sijé -Miguel Hernández
Hace ya unos días nos dejaba Francisco Delgado,
nuestro Paco “El Matauras”. Yo a Paco lo conocí muy poco, pero aún así guardo
un grato recuerdo de su sencillez y, sobre todo, de esa calidez que sólo
transmiten los que son, en el buen sentido de la palabra como diría el poeta,
buenos. Además, Paco, junto a sus compañeros del alma, Tamayo, Freniche, su
tocayo “El Barbas”, y perdón por los que en mi ignorancia deje de lado, fue uno
de los pioneros de la escalada en Almería, eso que el legendario Terray definía
como un “conquistador de lo inútil”, algo ya de por sí meritorio en una ciudad
y unos tiempos que eran tan reticentes a lo nuevo. Todos los que vinimos
detrás, entre los que modestamente me incluyo, no seriamos seguramente los mismos
sin la desenfrenada actividad de estos visionarios de la roca.
Pedro Tamayo y Paco Delgado durante la apertura de la Pepa. Foto: Francisco Hernández Ronda |
¿Qué escalador almeriense no ha dado sus
primeros pasos en la ya veterana “Panza Negra”? Menos frecuentadas, pero
también con la firma inconfundible de la rompedora cordada que formaron Pedro
Tamayo y Paco Delgado, encontramos otras de las primeras vías del Barranco de
Tartala, como “Los Hospicianos” o los “Diedros de la Alberti”, la “Papillon”,
otro maravilloso diedro, esta vez en el Tajo de los Presos de Aguadulce o, por
citar otra que me viene a la cabeza, la soberbia “Arista del Colmillo” en la
Piedra del Mediodía de la Solana del Maimón (Vélez Blanco). No es mi intención
hacer aquí un listado de las vías de Paco para eso está la roca por la que se
paseó y que aún guarda como viejos tesoros los tacos de madera y los clavos
artesanos que metieron y que hoy, en la época de los parabolts, nos dejan
boquiabiertos, por no decir sencillamente acojonados.
Pero no me puedo resistir a citar una última,
la obra maestra que tiene todo artista, nada más y nada menos que la mítica
“Pepa”, acrónimo de Pedro y Paco, y no el nombre de ninguna bella ninfa como
muchos imaginan. Con la “Pepa” se superaba por primera vezla Pared de la Piedra
Lisa en el Barranco del Fuerte o del Infierno. Era un ya lejano 1975, tiempos
de bota “gorda” y estribos, para 175 metros de dura escalada, con dificultades
de hasta 6c+. Solamente he tenido la suerte de escalar la “Pepa” en una
ocasión, ahora una vía completamente equipada, pero me bastó para comprender la
envergadura de sus aperturistas, auténticos virtuosos de lo vertical.
Acabo de escalar junto
a Emilio Ibañez, su aperturista, la vía “Que si Pacá... Que si Payá...”, un sentido
homenaje a Paco. Situada en el Sector Viaducto del Barranco de La Garrofa, una
de las escuelas más recientes de Almería, sus 40 metros requieren una escalada delicada,
de elegantes movimientos y trato afable a la roca, aunque de grado asequible,
como seguro que a Paco le gustaría. Habrá más vías dedicadas al “Matauras”, seguramente
alguna de la mano de su compañero Tamayo. Su historia, su persona se lo
merecen. Es nuestra forma de decir que no lo olvidamos.
Emilio en la vía "Que si pacá..Que si Payá..." |
Va por ti, Matauras |
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jueves, 29 de enero de 2015
miércoles, 7 de enero de 2015
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